Existe una ley universal sobre el total de los seres vivos, y es aquella que les insta a preservar su propia vida. Sólo los humanos nos atrevemos a transgredir y violar esa ley.
Las estadísticas respecto a la idea, los intentos y los suicidios consumados de jóvenes resultan bastante preocupantes: el suicidio llega a representar la primera causa de muerte juvenil en muchos países. Pero más allá de las cifras, se extiende un intenso sufrimiento personal.
El conocimiento acumulado sobre este tema sugiere que el suicidio acaba siendo todo un proceso, y no un acto puntual, que puede comenzar desde la infancia. Un joven en plena adolescencia, con pobre tejido interpersonal, con baja autoestima y pocas o ninguna satisfacción en sus roles como hijo, alumno y amigo, se va a encontrar en un estado psicológico precario, vulnerable. En estos casos, cuando además se asienta un estado de desesperanza (es decir, un estado en el que el joven ya no ve ninguna salida posible y ha perdido toda ilusión y capacidad de disfrute), se puede activar la ideación suicida.
Finalmente, y sobre este fondo de sufrimiento inimaginable, el detonante final puede ser un evento vital estresante (tener una discusión con un amigo, una bronca en el colegio, enfermar) que acaba acelerando la decisión de terminar con la propia vida, como la única forma que contempla el joven de acabar con su dolor.