Las rutinas por definición son predecibles, pero es importante que también sean flexibles. No nos obsesionemos con los horarios. No pasa nada por saltarse puntualmente alguna parte de la rutina o por retrasar o adelantar en media hora el horario. Si no, pensemos en nosotros mismos como adultos y hagámonos las siguientes preguntas ¿me acuesto siempre a la misma hora?, ¿siempre tengo el mismo hambre a las dos de la tarde?, ¿me ducho siempre al irme a dormir? Lo más sano es enseñarles lo que es más práctico y funcional.
Cada niño es diferente. Hay niños que se ajustan con facilidad a un horario, pero otros no. Esto no quiere decir que como padres lo estemos haciendo mejor o peor. Demos tiempo a los niños que tienen más dificultades en adaptarse a la rutina, pero por encima de todo, escuchemos sus ritmos: observemos sobre qué horas tiene más hambre, a qué hora es más fácil que duerma, démonos cuenta cómo tras una noche en la que ha dormido mal va a demandarnos más tiempo de siesta, y aceptemos que en etapas de cambios profundos (como por ejemplo alcanzar la autonomía en el movimiento, introducción de la alimentación sólida, etc.) tanto su apetito como su sueño se van a ver afectados de una u otra manera.
Así, cuando vayamos a intentar que nuestro hijo siga unos horarios, además de darle tiempo para adaptarse, pensemos por un momento si son los más adecuados para él. A veces intentamos que los niños se ajusten a unos horarios nefastos que cumplimos los adultos, cuando lo que deberíamos hacer es reajustar los nuestros. ¡Y todos lo agradeceríamos!